Cánovas, Canales, Tropa, Pizarro & Santos y Sepúlveda
“Es muy duro ser escritor en un país
donde no te consideran de los suyos.”Roberto Bolaño
El día que dejé de creer en Santa Claus, lo recuerdo ahora con nostalgia, sentí un aire fresco, una malicia y un don irónico ingresó a mi vida. Ya nada sería lo mismo. Los tiempos de dejar de creer son relativos y esplendorosos, unos caemos antes que los otros.
Pongan atención.
El profesor Rodrigo Cánovas y sus colaboradores Carolina Pizarro, Danilo Santos y Magda Sepúlveda en Novela Chilena, nuevas generaciones el abordaje de los huérfanos (1997) analizaron detenidamente la generación de narradores del 87.
Se sostenían, técnicamente, en otros dos prominentes profesores, José Promis y Cedomil Goic.
Del profesor Goic, Cánovas tomó la periodización generacional, hoy ampliamente aceptada. Goic distingue seis generaciones: la generación de 1927 (nacidos entre 1890 y 1904), la de 1942 (nacidos entre 1905 y 1919), la de 1957 (1920-1934), la generación del 72 (nacidos entre 1935 y 1949), la del 87 (nacidos entre 1950 y 1964) y la generación del 92 (nacidos entre 1965 y 1979). Cada generación tiene quince años de gestación, de los treinta a los cuarenta y cinco y quince años de vigencia, de los cuarenta y cinco a los sesenta.
Del profesor Promis, Canovas mira el proceso de ejecución de las generaciones. José Promis postula que cada generación contiene un orden estructural singular. Así, la generación del 57 corresponde a la novela del escepticismo, a la generación del 1972 corresponde la novela de la desacralización.
Canovas acepta la periodización de Goic y define a la generación del 87 como la nacida entre los años 1950 y 1964, pero, furtivamente, incluye a una hornada de autores de la generación del 72: José Leandro Urbina (1949), Damiela Eltit (1949), Ana María del Río (1948), Darío Oses (1949), Luis Sepúlveda (1949), Jaime Hales Dib. (1949), Eugenio Mímica (1949). Cánovas considera que estos autores tienen una producción cercana “al espíritu de la nueva generación”.
Estos autores tienen, efectivamente, una vasta obra y su impacto es reconocido. Justamente, los escritores nacidos en esos años son muchos y potentes. Habría que incluir además a escritores interesantes como Adolfo Pardo (1949), Jaime Casas (1949), Martín Faunes (1949), Javier Campos (1947) o Juan Pablo Uribe-Etxeverría (1949). En consecuencia, instalarlos, de muto propio, en la generación 87 desvirtúa el análisis.
No es un detalle.
Gran parte del argumento posterior del libro de Cánovas se sustenta en estos autores. Allí se produce el primer gran desfalco y desconcierto. Cánovas no está hablando nuclearmente de la generación del 87. Cánovas desplaza, a fin de cuentas, el objeto de su estudio.
Iba a darnos manzanas y nos dio peras.
Matemáticamente, la generación del 87 debe rondar alrededor de los nacidos entre los años 55 y 58. Jamás alrededor de los nacidos en los años 48 o 49.En estricto sentido, si hablamos de escritores de la frontera, con propiedad esos escritores son los (la) muchachos (a) nacidos (a) en el año 1950: Jorge Marchant, Roberto Rivera, Radomiro Spotorno, Desiderio Arenas, Mario Banic, Eugenia Brito, Hernán Rivera Letelier y Sergio Marras.En cambio, Canovas no incorporó, entre otros, a novelistas como Michell Bonnefoy, y Alejandro Pérez, autores de exilio.
Y, miren lo que son las cosas, tampoco consideró a Roberto Bolaño, también autor de exilio, aceptado casi unánimemente hoy como el príncipe de nuestra generación. Bolaño había ya publicado tres novelas, (publicó su primera novela en 1984, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, que realizó en colaboración de Antoni García Porta. Con esta novela obtuvo el Premio Ambito Literario; La pista de hielo (1993), ganadora del Premio de Narrativa Ciudad de Alcalá de Henares, y La senda de los elefantes (1993), ganadora del premio de novela corta Félix Urabayen y publicada luego con el título de Monsieur Pain).
¿Raro, verdad?
Cánovas excluyó a Roberto Bolaño, el verdadero eje de nuestra generación y, de ese modo, sin quererlo, se invalidó a sí mismo.Con estas desacertadas premisas, Cánovas identifica las características de la generación. La novela de la generación del 87 habla de la Orfandad, el delirio de un huérfano, afirma.Casi ya no vale discutir esta deducción. Ya lo dijo el escritor y profesor Ricardo Cuadros, toda la literatura universal puede leerse como literatura de los huérfanos.
El discurso de Canovas pretendió – ya no lo logró– ser un macro-relato único, paradigmático y, por eso mismo, normativo y didáctico. Una historia literaria oficiosa o académica y por otro lado, no menos significativa, de la prensa y la difusión editorial. Era la unión perfecta. La academia y el mercado, por fin, de acuerdo.El profesor Cánovas sobrevaloró la vitrina comercial para así contentar a autores y editores y a los sujetos de la normalización. Lo suyo fue, es fácil decirlo ahora, un gran invento. Un gran invento ideológico.Su estética y su ética intentaron legitimar la novela que sonaba en el mercado, principalmente aquella que producían los escritores formados en el taller de José Donoso, estipulándola como eje central de la nueva narrativa. Lo demás eran escrituras marginales. Canovas intentó legitimar un conformismo, un pacto que probablemente –yo no creo en la ingenuidad- no sea independiente del conservadurismo del mundo cultural de mitad de los años 90. De este modo, su visión enmascara el supuesto “consenso” estético que afectaba al arte. Cánovas, hay que decirlo, fue alumno de Donoso en Estados Unidos.
El estudio de José Canales y Emerson Tropa, La novela de la generación de 1980. La escritura del antipoder (1995) mantiene la periodización de Goic. Y, a partir de allí, realizan una verónica –con algo de elegancia- para afirmar que la generación de los ochenta son los nacidos en los años 50. Algo que no está del todo mal, teniendo en cuenta que los escritores nacidos después de los 60 son hoy una minoría (12 escritores, el 10 %). Aunque, al igual que Cánovas, incorporan a escritores de la generación del 72 (Oses, Eltit, Urbina) y también soslayan a Bolaño, a Bonnefoy y a Alejandro Pérez.
La sociedad Canales & Tropa afirma que la generación de los ochenta, es literatura del antipoder, al incorporar fórmulas desacralizadoras de la novela como formas paraliterarias (característica que, por lo demás, Promis le otorgaba a la novela de la generación del 72).
Esta conclusión, aunque de otro signo, también es ideológica, es decir, ilusoria.
Si no es una escritura de Orfandad ni del Antipoder,¿Cual es entonces el tema de la visión de la generación del 87?La sola pregunta me parece pérfida.
No hay ninguna fórmula. No hay centros. No hay metanarrativas.
Hay libros muy diferentes en su complejidad. No creo que se deba racionalizar, encauzar, canalizar, o sea, domesticar la narrativa de nuestra generación. Simplemente los libros se miden por sus méritos propios.¿A qué cuento viene esto de estandarizar la fabricación literaria de una generación?Tenemos una literatura plural, con estilos, conocimientos e historias diferentes. No hay una versión de lo real. Hay de todo: El pastiche, la mezcla de estilos, tonos, géneros, niveles de lenguaje, lo lúdico y lo paródico, irónica, el humor, la incorporación de iconos de la cultura de masas junto a elementos de la llamada alta cultura, la presencia de lo metaficcional.
Hay obras buenas y no tan buenas en mi generación.
Pero, ¿un discurso? ¿Una ley?
¿No estaremos ya asaz viejos para creer en Papá Noel?